06 julio, 2011

chin chin chin...

Salí de ver Psicosis un lunes a las doce de la noche al hall de un teatro desierto, y tuve que ir a un BAÑO cuya luz estaba apagada, y no tenía interruptor. Llegué a meterme en el cubículo y, cuando finalmente prendieron esa luz, la muy guacha titilaba cual foquito de pasillo abandonado de un sótano. LIKE, REALLY??


                                                                                     

06 junio, 2011

con los ojos cerrados

Me encanta ese momento en el cual me acuesto y cierro los ojos para dormir
y el mundo se deforma por completo en mi cabeza.
Siento que giro, primero despacio, después vertiginosamente,
y hasta que no abro los ojos no me detengo. 
Mi mente empieza a funcionar absolutamente independiente 
de mi voluntad, y cambia las proporciones de las cosas. Se psicodeliza.
Lleva las cosas a dimensiones que no sé encontrar en el mundo,
me muestra lo que me es imposible percibir.
Las cosas se agrandan hasta tamaños que me dan vértigo, y después
se apequeñan hasta otros imperceptibles, pero nunca
dejo de verlas.
Y se mueven, en mi cabeza se mueven. Se conectan,
se relacionan, se golpean, mutan, se pierden, reaparecen.
Todo en segundos, todo en mi cabeza. Y yo abro los ojos 
y sólo quedan sus fantasmas en mis retinas, como si los hubiese 
visto fuera de mi cabeza. Como cuando mirás fijo a una luz y después
cerrás los ojos y la vez todavía ahí. Exactamente al revés.
Veo maravillas cuando cierro los ojos, y cuando los abro me dejan 
casi ciega; sólo tengo siluetas.
Me encanta ese momento en el que me voy a acostar y cierro los ojos
y soy sólo yo y el mundo que se creó sólo, y en mi cabeza.
Me encanta que nadie más pueda verlo como lo veo y que sea
tan difícil que transmitir.




N. de A.: a mí las cosas me encantan desde antes de que le encantaran a Mc Donald's, así que copyright ésta.










(Putos)





14 mayo, 2011

mi autógrafo de steve vai

Un día hace algunos años salí del colegio y me encontré con un montón de gente haciendo bulto alrededor de la entrada del hotel nh. Me pintó la de cholula, y me acerqué a ver qué pasaba. Desde entre medio de la gente estaba tratando de abrirse paso el "guitarrista de rock estadounidense, escritor, compositor, vocalista, productor, actor y apicultor", Steve Vai. Yo, sin embargo, en ese momento no tenía la menor idea de quién era.
Midiendo a partir de la emoción de la gente, deduje que era un tipo groso. Como no tenía nada que perder, cuando estuve a pasitos de él, sin necesidad de moverme, agarré de mi mochila mi cuadernito de escritura, solicité un fibrón urgente y le pedí a Steve Vai que me diera un autógrafo. Al alejarme de la multitud, tuve que leer detenidamente la firma para saber el nombre de quien me lo había dado. Tampoco cuando entendí que decía Steve Vai significó nada para mí, porque evidentemente no sabía quién era Steve Vai. Así que me acerqué a mis amigos fanas del rock progresivo, que tenían un poco más de cultura musical que yo, a preguntar quién era este tipo que me había firmado el cuadernito. Casi se mean.
Me resulta increíble como las cosas adquieren valor únicamente cuando significan algo para cada uno de nosotros. Para mí ese tal Steve Vai no era más que un tipo que escribió en mi cuadernito; para mis amigos fanas del rock progre (y probablemente para mucha otra gente) es un pilar del rock. Por lo tanto, su autógrafo para mí no era más que una contribución ajena en mis creaciones, y para ellos era un símbolo único de contacto con un capo único de la música. 
Ok, toda esta cuestión no busca desprestigiar a Steve Vai ni desvalorizar su firma, sólo ejemplifica la relatividad en la que está sumergido el mundo de los símbolos. Y lo inconveniente es que, justamente, todo a nuestro alrededor son símbolos. 



Steve Vai, capo de la música y reconocido apicultor

05 mayo, 2011

M.R.U.V.

Hoy es uno de esos días en los cuales no comprendo dónde estoy. Mi futuro profesional, académico, adulto, si se quiere, lo tengo bastante claro. Proyectar a largo plazo no me resulta tan complicado, y lo que proyecto me apasiona. Es, sin embargo, el ahora lo que me preocupa: dónde estoy.
Hoy llegué a mi casa vacía a las diez y media de la noche, después de cuatro horas de entrenamiento, con sed, hambre, bastante cansada y un poco mareada. Me tiré en el sillón del living y perdí un toque la noción del tiempo. Ochenta minutos pasaron que no significaron absolutamente nada en mi vida; tan nada que ni siquiera los percibí. Y me pregunto ahora a mí misma, ¿por qué no me significaron nada esos ochenta minutos?
Una de las cosas sobre las que más solía lamentarme acerca de la vida era su brevedad. Yo quería hacer muchas cosas (aún quiero hacerlas, aún quiero), tantas que una vida no iba a alcanzarme para satisfacer todos mis deseos: necesitaba más tiempo que el que una vida ofrece. Y ahora acá me encuentro, desperdiciando ochenta minutos.
Entonces, ¿dónde estoy? Evidentemente no es una pregunta material, sé perfectamente que estoy sentada frente a mi computadora en mi casa en el conurbano en la provincia de Buenos Aires, pero no sé dónde estoy respecto de mí. ¿Dónde estoy con respecto a donde estaba en el momento en el que pensaba que una vida no me iba a alcanzar para todo lo que quería hacer?, ¿dónde estoy con respecto a la época en la cual me establezco en una casa propia?, ¿dónde estoy con respecto al yo que encuentra a una persona a la que realmente le importe y con la que pueda estar bien, finalmente? En definitiva, tengo claro, a grandes rasgos, hacia dónde me dirijo: me apasiona lo que estudio, me interesa aprender cosas nuevas, conocer personas, moverme por el mundo. Mi problema es (y siempre fue) el ahora. No voy a sucumbir ante el estancamiento de las dudas existenciales; eso no. Pero que las tengo, las tengo, y que me acechan, me acechan.
Por ejemplo, hoy. Es una de esas noches en las cuales podría dormirme llorando sola en mi cama, sin una razón específica, y en parte por no tenerla. Es una de esas noches en las cuales el vacío evidencia el vacío y resulta desolador. Es una de las noches en las que agarraría el plumín y la tinta china y me mancharía las puntas de los dedos escribiendo sin parar sobre mi almohada. Es una noche para pensar hasta que sea demasiado agotador. Por suerte, el día me cansó lo suficiente como para que sólo tenga unos instantes de meditación una vez que me acueste antes de quedarme absolutamente dormida.
El problema no es vivir el presente, el problema es que no tenemos la capacidad de comprenderlo a medida que sucede porque su fugacidad escapa a los límites de nuestra comprensión. 'Vivir el presente', así de cliché como suena, no es más que vivir y no requiere mucha ciencia. El consejo "viví el presente" no es sabio, sólo es obvio. Al presente no hay nada que hacerle, sólo se lo puede ver bien cuando ya es pasado. Y cuando yo me pregunto '¿dónde estoy?', la respuesta que me dé va a tener un tiempo presente exclusivamente gramatical, que nada tiene que ver con el presente mismo de mi estado anímico. Puedo (podría) responderme dónde estoy sólo en base a mi pasado inmediato y a mi futuro inmediato (quizás no tan inmediato, pero cercano al menos), y esas son las herramientas con las que cuento.
Por eso es que creo que no vale la pena preguntarme dónde estoy a las 00:24, sola en mi casa, después de perder ochenta minutos y a punto acostarme a dormir esperando poder soñar, porque mi pasado y mi futuro cercanos, son ambos una mierda. Y si la ecuación para hallar la posición en la que me encuentro fuera

x = pasadocerc./futurocerc., 

entonces, justo ahora, la igualdad daría x = en la lona, y no es cuestión.
Así que voy a esperar para hacerme la pregunta y para responderme la pregunta a algún momento en el que la respuesta no sea tan desalentadora.Y para eso, evidentemente, tengo que tratar de controlar las variables.
Allá mi meta.

30 abril, 2011

llamado a la solidaridad

Hace tiempo que no recuerdo mis sueños. Me despierto a la mañana y me quedo unos segundos mirando al techo, tratando de encontrar las imágenes de las que mi subconsciente me proveyó mientras dormía. Y casi nunca lo logro.
No entiendo: soñar siempre fue mi fuerte. Soñaba dormida o despierta, pero siempre soñaba, y tenía poder sobre mis sueños porque podía aferrarme a ellos aún cuando habían terminado. Ahora se me escapan, no me dejan sensaciones ni imágenes ni llanto ni risa, como solían hacer; mis sueños, que siempre fueron mi compañía infalible, me abandonaron. Y no sé hacia dónde correr ahora: dónde se fueron, dónde se esconden, cómo recuperarlos. Me da vergüenza andar sin sueños, me siento desnuda como si todo este tiempo mi subconsciente hubiese sido para mí una mantita que por un mal movimiento se deslizó de mi cuerpo y ya no me cubre más. Y yo me muero de frío así.
Así que, mediante este sencillo acto, llamo a aquellas personas que sepan cómo se supone que haga uno para recuperar la capacidad de soñar a que me pongan al tanto del proceso. Necesito recuperar mi catarsis involuntaria.
Necesito no morir de frío.

Yo 

14 abril, 2011

cuarenta minutos

Hoy volví en tren a casa. Tres cosas hicieron que mi viaje valiera la pena. Enumero:


1) Me tocó subirme en un tren de dos pisos, e hice lo que siempre que me toca subirme a un tren de dos pisos: me fui a la parte de abajo. Es la parte más linda del vagón, porque me permite observar el mundo viendo sólo su superficie. Es muy diferente cuando uno puede mirar cómo son las cosas en su totalidad, cómo está vestida la gente, cómo son los techos de las casas, o las copas de los árboles; es clásico. Pero desde la parte de abajo del tren de dos pisos, uno sólo ve pies. La gente representada por sus zapatillas, los árboles por sus raíces y las casas por sus cimientos. Y lo mejor de todo es que la gente se mueve, y uno puede ver cómo dan sus pasos. Se ve cuando se pasean en vaivén sobre la línea amarilla del andén, esperando. Se ve un par de pies grandes que dan pasos amplios, seguidos de cerca por unos pies más pequeños que dan pasos cortitos. No sé muy bien qué tienen los pies que me maravillan tanto, pero yo disfruto de esta nueva forma de mirar a la gente cada vez que puedo.

2) Atrás mío venía una niña sentada a upa de su mamá. Tenía la voz más de niña que uno pueda pedir, y hablaba todo el tiempo. Podría haberla odiado, como suele pasarme con los niños que hablan incesantemente y con voz de bobos, pero ésta era súper bububu. Cantó (o trató de cantar) todo el repertorio de canciones infantiles conocidas sobre la faz de la Tierra, empezando por "La vaca lechera" y terminando por "El reino del revés". Pero sus intentos me resultaban muy cómicos, porque podían ser algo así contradictorio como "No es una vaca lecheeera,/ es una vaca lecheeeera", o desesperados como "Es una vaca cualquieeeera,/ no es... lecheeera". Y todo lo decía con su voz maravillosa de niña y me hacía sonreír tanto que se me veía un poco el arito.

3) Al lado mío, parado también, venía un señor (y cuando sigo señor pretendo que se entienda "alrededor de cuarenta años") escuchando los Redondos a un volumen que de un momento a otro iba a destruirle los tímpanos. Además, el señor venía cantando. Ojo, yo lo entiendo perfectamente, porque a veces yo misma vengo escuchando con mis auriculares mi música que me hace muy feliz, y la tarareo, o muevo un poco la boca, o hago percusión sobre la manija de la cual vengo agarrada, o muevo la cabeza de derecha a izquierda, o de adelante hacia atrás, dependiendo de si sean The Fratellis o una canción de Linkin Park que me enloquece un toque. Demasiado específico. La cuestión es que todos venimos un poco en nuestro mundo cuando escuchamos música. En su mundo, por ejemplo, el señor cantaba, sólo que lo hacía íntegramente en falsete. Sí, los Redondos, todo en falsete. No sé si es que escuchaba tuneada la voz del Indio Solari o si era un cover de Daniela Herrero, pero el señor reproducía su repertorio musical considerablemente más agudo de lo que en realidad era. Pero con mucho feeling. Y a veces los agudos eran muy agudos hasta para su falsete, así que la voz se le iba y quedaba sólo un ruidito casi inaudible de garganta vibrando, mientras ponía cara Indio Solari sobre el escenario. Pero, tal como los pies, éste tipo, con su pasión por los Redondos y su falsete asesino, me maravillaba. Me ponía feliz que estuviera cantanto súper copado al lado mío, y que hiciera caso omiso a la vieja de enfrente que lo miraba de reojo tal como miro yo a las viejas que miran de reojo a la gente que es feliz a su manera.
No sé, fue un lindo viaje en tren. Era hora pico borderline, se estaba empezando a llenar, la gente ya andaba de mal humor, mirando sus relojes y demás. Pero yo lo disfruté, porque sin mi música igual estaba en mi mundo. :)
Ah, y me enamoré por un instante de un pasaje de Villa Luro, porque lo vi de unos colores que nunca le había visto antes e iluminado de una forma muy rara y... bueno, no se puede describirlo bien; tendrían que haber estado ahí.

07 abril, 2011

sobre el lugar donde en realidad nací

la plaza entera se llenaba de su olor
a caribe y de su risa tibia. dos o
tres perros que andaban por ahí cerca
mendigando sobras a los 
comensales se acercaron también
a verla, y aullaban al ritmo de los
tambores. el volumen del murmullo 
iba en aumento con cada marcado
vaivén de sus caderas. no miraba
a nadie con sus ojos de mulata; 
sus párpados cerrados sólo se abrían
hacia el piso, como si lo único que
quisiera ver fueran sus oscuras y
fuertes piernas, y sus pies curtidos
por la arena clara sobre el ecuador.
los bramidos ensordecedores de 
los hombres excitados se metían en 
mis tímpanos invadiendo mi cerebro.
todo brillaba, todo era naranja. la
muchacha que se mecía en el centro
de la ronda me hipnotizaba y hacía
que todo lo demás a mi alrededor 
perdiera sentido. el fuego encendido
en su espalda marcaba a contraluz
las profundas curvas de su silueta.
se movía como una serpiente enloquecida
por la música de su encantador.
y de pronto allí, en el medio de todo eso, cuando yo me creía irremediablemente perdido y fundido con mi entorno, la mulata me miró, con esos ojos suyos, negros y brillantes.
y todo se apagó. 
y desperté aquí y así, y escribí esto para no olvidar nunca que, alguna vez, todo brilló y todo fue naranja.


(remite mar.11.2010)



04 abril, 2011

vivir lejos

Siempre fue un inconveniente. Mi cumpleaños era la única ocasión anual en la cual la gente se aventuraba hasta mi casa. Aunque previo a eso generalmente podía ser sometida a una encuesta, en la cual me han preguntado por mis gallinas, mis vacas, el chupacabras, el alcance de internet, el agua corriente y hasta los velocirraptors de la zona. Sí, gallinas. 
Niños de departamento que creen que fuera de la Capital Federal hay un mundo diferente e ignoto que presenta peligros inimaginables, tales como el malvado vendedor de velas, pollos mutantes, indios o el gaucho Martín Fierro. Pero no son los niños los que me sorprenden, sino sus padres. Lograr que los dejaran venir a mi cumpleaños era toda una odisea: llamados, visitas, mentiras, promesas, desacatos, negociaciones; un despelote. Y todo porque mi casa estaba del otro lado de la General Paz. ¡Ah, la General Paz! El muro de Berlín. La Gran Muralla. El portal a través del cual se penetra en otra dimensión regida por leyes distintas y con muchos menos habitantes por kilómetro cuadrado. 
El mito urbano clásico cuenta que en el conurbano no hay muchas luces ni muchos autos, pero sí muchos perros, muchos robos y mucho crack. Y, la verdad... no es taaan así. No voy a mentir: perros hay bastantes; más que autos, quizás. Pero la vida es tal cual la del resto de los mortales, sólo que con menos ruido a bondi, menos olor a caño de escape, almacenes que fían y algún que otro viejito tomando mate en la vereda. Y no resulta tan escalofriante así dibujado. Comprendo, igual, lo difícil que es desprenderse de un mito urbano. Yo he oído algunos nuevos últimamente, y por eso trato de andar menos por la Capital. Algo de Macri...
A esta altura del partido, igual, ya no es algo que me perturbe mucho, la distancia. La crisis ocurrió a eso de los 15, 16 años, cuando mis compañeritos se juntaban a hacer trabajos, tareas, a estudiar o a huevear; y yo en mi conurbano. Le tuve bronca, pobre, cuando él no tenía la culpa de nada. De hecho, me dio la mejor vida que podría pedir, y creo que es por eso que el contraste dolía tanto. A veces de mis amigos no me separaba más que una medianera, y de repente para ver a cualquiera de ellos tenía que recorrer toda una autopista. Para ir al colegio podía saltar la pared del fondo simplemente, o caminar los 90 metros que me separaban de la entrada, y, de repente, tenía que levantarme una hora y media antes de entrar y viajar media hora en coche. En comparación, la nueva no era vida sino sólo un martirio. Por suerte le empecé a tomar cariño a viajar en tren, porque desde ese momento la nueva vida fue distinta. Y aún hoy cada vez que me subo lo transformo en mi pequeña aventura diaria y los 40 minutos y 20 kilómetros a mi hogar se me pasan en un periquete.
Pero el tren es un capítulo aparte en mi vida, porque la persona (como moi) que vive en el conurbano, para ser feliz, debe crear un mundo paralelo dentro de su transporte (en mi caso, el vagón) y alterarlo a discreción, matizándolo como más le guste. 
En definitiva, vivir lejos fue siempre un problema porque indefectiblemente me mantenía alejada. El mundo globalizado de hoy, la máxima ciento treinta, el registro nacional único y el Sarmiento, cada uno cuando corresponde, me tienen bastante satisfecha y vinculada con la gente. Mientras tanto, entonces, disfruto de los perros, de la falta de ruido a bondi y de olor a caño de escape, de los almacenes que fían y de los viejitos tomando mate en la vereda. 
Es tan linda la distancia cuando quiere.

01 abril, 2011

la transformación

Los vínculos con la gente tienen un gran impacto en mí; cada nueva relación me cambia un poquito. Pongo de ejemplo a estos nuevos amigos que nos hicimos, porque son el recuerdo más fresco y tangible que tengo ahora. Gente particular, moviéndose en un mundo al que no pertenecíamos, comportándose de una manera que no nos era familiar. Y, sin embargo, acá nos tienen: hablando raro, frecuentando nuevos tugurios, perforándonos, mimetizándonos.
Pero no es algo negativo, que no se me malinterprete; no son ansias de "encajar" las que nos impulsan, ni mucho menos. Es versatilidad pura. Es casi inherente a mí (por lo menos a mí) conocer, observar y adoptar hábitos que solía no sentir propios pero que fueron los que me atrajeron en otras personas. Soy un gran cambalache de costumbres que fui recolectando a lo largo de mi vida; algunas ya están en desuso, otras en pleno auge. Y quizás eso soy yo: no tengo un estilo definido, ni una onda particular, ni un loquefuere. Pero como soy me relaciono, y como me relaciono me transformo. 
Solía creer que eso era algo bastante negativo, no tener un estilo o no "curtir una onda" tal; solía pensar que eso me llevaba a no encajar en ningún lado auténticamente. Bullshit. Mi autenticidad es mi versatilidad, y mi persona es tan maleable como fuerte sea el impacto que un nuevo vínculo provoque en mí. 
Y, la verdad, está fenómeno.

25 marzo, 2011

tienes una nueva notificación

Creí que podía manejarlo, que la complejidad de mi mente no podía ir más allá de mi capacidad de análisis y mi entendimiento. Creí que lo que sea que sugiera de mí me iba a resultar legible, porque justamente era de mí de dónde estaba saliendo, y eso significaba que iba a estar en mi idioma. Pero aún esa idea fue muy simple. Hay cosas en mi cabeza que nunca voy a entender y que por eso me dominan por completo. 
Esas ganas de estar donde no puedo estar, de decir lo que no sé decir, de sentirme de maneras que no creo correcto sentirme. No poder desprenderme y tener una sensación completamente honesta, sin cuestionarla. Yo soy yo y estoy así. ¿Cómo así? Como ahora, sentada sola escribiendo, sentada sola pensando, con los ojos abiertos y la mirada perdida, con una mano atrás de la cabeza y la otra sosteniendo un cigarrillo que se consume lentamente sin que yo me acuerde de fumarlo. Un pie sobre la almohada y el otro apoyado en el suelo contra la alfombra. Yo soy yo y estoy así, ahora. Y mientras se consume mi cigarrillo me consumo yo; me consumo en mis propios pensamientos, en mi locura silenciosa, y a veces no tanto. Si tan sólo pudiera desprenderme de todo esto por un instante y mirarme desde afuera, desde otro ángulo. No uno más objetivo, ni más apropiado, ni mejor. Sólo uno diferente, uno más lejano. The big picture. ¿Cómo es que me ven todos ustedes? ¿Todas ellas? ¿Todos ellos? ¿Él? ¿Me ven, al menos?
Asumo que estoy acá y que sí me ven porque no se me ocurre otra manera de pensar la vida. Si no estuviese no serviría, y creo firmemente que sirve. Pero que necesito alejarme para saber por qué. Y es porque me miro demasiado y sólo desde adentro que no llego a entender por qué sirve, por qué tiene sentido. ¿Qué hay en mí que atrae o repele a la gente? ¿Qué hay en mí que vale la pena? No puedo afirmar que nunca nadie me lo haya hecho ver, o por lo menos no puedo afirmar que nunca nadie haya tratado. Pero nunca lo lograron. Y de vez en cuando surgen esos momentos en los que pareciera que uno entiende todo, que se ríe con sus ocurrencias, se mira con sus propios ojos y descubre lo maravilloso que hay en ellos. Pero es sólo un segundo, un ratito pequeño en el que uno se valora realmente y puede quererse. Después se va. Y es ahí que yo empiezo de nuevo a mirarme desde adentro y a no entender qué es lo que me hace que yo sea yo y que esté así, y que eso esté bien. Eventualmente, quizás, permita que alguien se acerque lo suficiente como para que me lo muestre. O para que busque si efectivamente algo hay.
Y, mientras tanto, mi cigarrillo se consume lentamente sin que yo me acuerde de fumarlo.

pedro, el octeto optimista


  • va allá un bote por el río
  • yo lo miro, yo lo miro
  • y se cae por la catarata
  • mala pata, mala pata
  • más abajo se levanta
  • siempre aguanta, siempre aguanta
  • sigue ya camino al mar
  • ¿va a llegar? va a llegar.




(remite mar.3.2010)



hace tiempo, una idea

Banda de aquí y ahora. Y de ayer. Y de mañana. Mucha vida.
Futuro, pasado, presente; se me mezclan y, 
al fin y al cabo, apenas puedo diferenciarlos.
      Los tres me hacen, los tres me definieron hasta ahora
      y me definirán mañana, a su tiempo, en su lugar.
Pero en el ahora se me da por hablar de amor y de felicidad.
     ¿Y quién hay que pueda detenerme?
Cuando felicidad fueron unos instantes de éxtasis.
Felicidad fue cada risa.
Felicidad fue abrir los ojos y ver los suyos a mi lado.
Felicidad fue sentir la libertad de estar ahí, así; bien.
Felicidad fue estar acompañada.
Felicidad fue besar sus labios y su frente a la mañana siguiente.
Felicidad fue la incidencia de la luz colándose entre las hendijas de la ventana en su piel tostada.
Felicidad fue esa piel tostada.
Felicidad fue que me abrazara después.
Felicidad fue haber sucedido.
     ¿Y amor?
Amor es sentir, aquí y ahora, que todo eso fue felicidad.

(remite feb.5.2010)