14 mayo, 2011

mi autógrafo de steve vai

Un día hace algunos años salí del colegio y me encontré con un montón de gente haciendo bulto alrededor de la entrada del hotel nh. Me pintó la de cholula, y me acerqué a ver qué pasaba. Desde entre medio de la gente estaba tratando de abrirse paso el "guitarrista de rock estadounidense, escritor, compositor, vocalista, productor, actor y apicultor", Steve Vai. Yo, sin embargo, en ese momento no tenía la menor idea de quién era.
Midiendo a partir de la emoción de la gente, deduje que era un tipo groso. Como no tenía nada que perder, cuando estuve a pasitos de él, sin necesidad de moverme, agarré de mi mochila mi cuadernito de escritura, solicité un fibrón urgente y le pedí a Steve Vai que me diera un autógrafo. Al alejarme de la multitud, tuve que leer detenidamente la firma para saber el nombre de quien me lo había dado. Tampoco cuando entendí que decía Steve Vai significó nada para mí, porque evidentemente no sabía quién era Steve Vai. Así que me acerqué a mis amigos fanas del rock progresivo, que tenían un poco más de cultura musical que yo, a preguntar quién era este tipo que me había firmado el cuadernito. Casi se mean.
Me resulta increíble como las cosas adquieren valor únicamente cuando significan algo para cada uno de nosotros. Para mí ese tal Steve Vai no era más que un tipo que escribió en mi cuadernito; para mis amigos fanas del rock progre (y probablemente para mucha otra gente) es un pilar del rock. Por lo tanto, su autógrafo para mí no era más que una contribución ajena en mis creaciones, y para ellos era un símbolo único de contacto con un capo único de la música. 
Ok, toda esta cuestión no busca desprestigiar a Steve Vai ni desvalorizar su firma, sólo ejemplifica la relatividad en la que está sumergido el mundo de los símbolos. Y lo inconveniente es que, justamente, todo a nuestro alrededor son símbolos. 



Steve Vai, capo de la música y reconocido apicultor

05 mayo, 2011

M.R.U.V.

Hoy es uno de esos días en los cuales no comprendo dónde estoy. Mi futuro profesional, académico, adulto, si se quiere, lo tengo bastante claro. Proyectar a largo plazo no me resulta tan complicado, y lo que proyecto me apasiona. Es, sin embargo, el ahora lo que me preocupa: dónde estoy.
Hoy llegué a mi casa vacía a las diez y media de la noche, después de cuatro horas de entrenamiento, con sed, hambre, bastante cansada y un poco mareada. Me tiré en el sillón del living y perdí un toque la noción del tiempo. Ochenta minutos pasaron que no significaron absolutamente nada en mi vida; tan nada que ni siquiera los percibí. Y me pregunto ahora a mí misma, ¿por qué no me significaron nada esos ochenta minutos?
Una de las cosas sobre las que más solía lamentarme acerca de la vida era su brevedad. Yo quería hacer muchas cosas (aún quiero hacerlas, aún quiero), tantas que una vida no iba a alcanzarme para satisfacer todos mis deseos: necesitaba más tiempo que el que una vida ofrece. Y ahora acá me encuentro, desperdiciando ochenta minutos.
Entonces, ¿dónde estoy? Evidentemente no es una pregunta material, sé perfectamente que estoy sentada frente a mi computadora en mi casa en el conurbano en la provincia de Buenos Aires, pero no sé dónde estoy respecto de mí. ¿Dónde estoy con respecto a donde estaba en el momento en el que pensaba que una vida no me iba a alcanzar para todo lo que quería hacer?, ¿dónde estoy con respecto a la época en la cual me establezco en una casa propia?, ¿dónde estoy con respecto al yo que encuentra a una persona a la que realmente le importe y con la que pueda estar bien, finalmente? En definitiva, tengo claro, a grandes rasgos, hacia dónde me dirijo: me apasiona lo que estudio, me interesa aprender cosas nuevas, conocer personas, moverme por el mundo. Mi problema es (y siempre fue) el ahora. No voy a sucumbir ante el estancamiento de las dudas existenciales; eso no. Pero que las tengo, las tengo, y que me acechan, me acechan.
Por ejemplo, hoy. Es una de esas noches en las cuales podría dormirme llorando sola en mi cama, sin una razón específica, y en parte por no tenerla. Es una de esas noches en las cuales el vacío evidencia el vacío y resulta desolador. Es una de las noches en las que agarraría el plumín y la tinta china y me mancharía las puntas de los dedos escribiendo sin parar sobre mi almohada. Es una noche para pensar hasta que sea demasiado agotador. Por suerte, el día me cansó lo suficiente como para que sólo tenga unos instantes de meditación una vez que me acueste antes de quedarme absolutamente dormida.
El problema no es vivir el presente, el problema es que no tenemos la capacidad de comprenderlo a medida que sucede porque su fugacidad escapa a los límites de nuestra comprensión. 'Vivir el presente', así de cliché como suena, no es más que vivir y no requiere mucha ciencia. El consejo "viví el presente" no es sabio, sólo es obvio. Al presente no hay nada que hacerle, sólo se lo puede ver bien cuando ya es pasado. Y cuando yo me pregunto '¿dónde estoy?', la respuesta que me dé va a tener un tiempo presente exclusivamente gramatical, que nada tiene que ver con el presente mismo de mi estado anímico. Puedo (podría) responderme dónde estoy sólo en base a mi pasado inmediato y a mi futuro inmediato (quizás no tan inmediato, pero cercano al menos), y esas son las herramientas con las que cuento.
Por eso es que creo que no vale la pena preguntarme dónde estoy a las 00:24, sola en mi casa, después de perder ochenta minutos y a punto acostarme a dormir esperando poder soñar, porque mi pasado y mi futuro cercanos, son ambos una mierda. Y si la ecuación para hallar la posición en la que me encuentro fuera

x = pasadocerc./futurocerc., 

entonces, justo ahora, la igualdad daría x = en la lona, y no es cuestión.
Así que voy a esperar para hacerme la pregunta y para responderme la pregunta a algún momento en el que la respuesta no sea tan desalentadora.Y para eso, evidentemente, tengo que tratar de controlar las variables.
Allá mi meta.