30 abril, 2011

llamado a la solidaridad

Hace tiempo que no recuerdo mis sueños. Me despierto a la mañana y me quedo unos segundos mirando al techo, tratando de encontrar las imágenes de las que mi subconsciente me proveyó mientras dormía. Y casi nunca lo logro.
No entiendo: soñar siempre fue mi fuerte. Soñaba dormida o despierta, pero siempre soñaba, y tenía poder sobre mis sueños porque podía aferrarme a ellos aún cuando habían terminado. Ahora se me escapan, no me dejan sensaciones ni imágenes ni llanto ni risa, como solían hacer; mis sueños, que siempre fueron mi compañía infalible, me abandonaron. Y no sé hacia dónde correr ahora: dónde se fueron, dónde se esconden, cómo recuperarlos. Me da vergüenza andar sin sueños, me siento desnuda como si todo este tiempo mi subconsciente hubiese sido para mí una mantita que por un mal movimiento se deslizó de mi cuerpo y ya no me cubre más. Y yo me muero de frío así.
Así que, mediante este sencillo acto, llamo a aquellas personas que sepan cómo se supone que haga uno para recuperar la capacidad de soñar a que me pongan al tanto del proceso. Necesito recuperar mi catarsis involuntaria.
Necesito no morir de frío.

Yo 

14 abril, 2011

cuarenta minutos

Hoy volví en tren a casa. Tres cosas hicieron que mi viaje valiera la pena. Enumero:


1) Me tocó subirme en un tren de dos pisos, e hice lo que siempre que me toca subirme a un tren de dos pisos: me fui a la parte de abajo. Es la parte más linda del vagón, porque me permite observar el mundo viendo sólo su superficie. Es muy diferente cuando uno puede mirar cómo son las cosas en su totalidad, cómo está vestida la gente, cómo son los techos de las casas, o las copas de los árboles; es clásico. Pero desde la parte de abajo del tren de dos pisos, uno sólo ve pies. La gente representada por sus zapatillas, los árboles por sus raíces y las casas por sus cimientos. Y lo mejor de todo es que la gente se mueve, y uno puede ver cómo dan sus pasos. Se ve cuando se pasean en vaivén sobre la línea amarilla del andén, esperando. Se ve un par de pies grandes que dan pasos amplios, seguidos de cerca por unos pies más pequeños que dan pasos cortitos. No sé muy bien qué tienen los pies que me maravillan tanto, pero yo disfruto de esta nueva forma de mirar a la gente cada vez que puedo.

2) Atrás mío venía una niña sentada a upa de su mamá. Tenía la voz más de niña que uno pueda pedir, y hablaba todo el tiempo. Podría haberla odiado, como suele pasarme con los niños que hablan incesantemente y con voz de bobos, pero ésta era súper bububu. Cantó (o trató de cantar) todo el repertorio de canciones infantiles conocidas sobre la faz de la Tierra, empezando por "La vaca lechera" y terminando por "El reino del revés". Pero sus intentos me resultaban muy cómicos, porque podían ser algo así contradictorio como "No es una vaca lecheeera,/ es una vaca lecheeeera", o desesperados como "Es una vaca cualquieeeera,/ no es... lecheeera". Y todo lo decía con su voz maravillosa de niña y me hacía sonreír tanto que se me veía un poco el arito.

3) Al lado mío, parado también, venía un señor (y cuando sigo señor pretendo que se entienda "alrededor de cuarenta años") escuchando los Redondos a un volumen que de un momento a otro iba a destruirle los tímpanos. Además, el señor venía cantando. Ojo, yo lo entiendo perfectamente, porque a veces yo misma vengo escuchando con mis auriculares mi música que me hace muy feliz, y la tarareo, o muevo un poco la boca, o hago percusión sobre la manija de la cual vengo agarrada, o muevo la cabeza de derecha a izquierda, o de adelante hacia atrás, dependiendo de si sean The Fratellis o una canción de Linkin Park que me enloquece un toque. Demasiado específico. La cuestión es que todos venimos un poco en nuestro mundo cuando escuchamos música. En su mundo, por ejemplo, el señor cantaba, sólo que lo hacía íntegramente en falsete. Sí, los Redondos, todo en falsete. No sé si es que escuchaba tuneada la voz del Indio Solari o si era un cover de Daniela Herrero, pero el señor reproducía su repertorio musical considerablemente más agudo de lo que en realidad era. Pero con mucho feeling. Y a veces los agudos eran muy agudos hasta para su falsete, así que la voz se le iba y quedaba sólo un ruidito casi inaudible de garganta vibrando, mientras ponía cara Indio Solari sobre el escenario. Pero, tal como los pies, éste tipo, con su pasión por los Redondos y su falsete asesino, me maravillaba. Me ponía feliz que estuviera cantanto súper copado al lado mío, y que hiciera caso omiso a la vieja de enfrente que lo miraba de reojo tal como miro yo a las viejas que miran de reojo a la gente que es feliz a su manera.
No sé, fue un lindo viaje en tren. Era hora pico borderline, se estaba empezando a llenar, la gente ya andaba de mal humor, mirando sus relojes y demás. Pero yo lo disfruté, porque sin mi música igual estaba en mi mundo. :)
Ah, y me enamoré por un instante de un pasaje de Villa Luro, porque lo vi de unos colores que nunca le había visto antes e iluminado de una forma muy rara y... bueno, no se puede describirlo bien; tendrían que haber estado ahí.

07 abril, 2011

sobre el lugar donde en realidad nací

la plaza entera se llenaba de su olor
a caribe y de su risa tibia. dos o
tres perros que andaban por ahí cerca
mendigando sobras a los 
comensales se acercaron también
a verla, y aullaban al ritmo de los
tambores. el volumen del murmullo 
iba en aumento con cada marcado
vaivén de sus caderas. no miraba
a nadie con sus ojos de mulata; 
sus párpados cerrados sólo se abrían
hacia el piso, como si lo único que
quisiera ver fueran sus oscuras y
fuertes piernas, y sus pies curtidos
por la arena clara sobre el ecuador.
los bramidos ensordecedores de 
los hombres excitados se metían en 
mis tímpanos invadiendo mi cerebro.
todo brillaba, todo era naranja. la
muchacha que se mecía en el centro
de la ronda me hipnotizaba y hacía
que todo lo demás a mi alrededor 
perdiera sentido. el fuego encendido
en su espalda marcaba a contraluz
las profundas curvas de su silueta.
se movía como una serpiente enloquecida
por la música de su encantador.
y de pronto allí, en el medio de todo eso, cuando yo me creía irremediablemente perdido y fundido con mi entorno, la mulata me miró, con esos ojos suyos, negros y brillantes.
y todo se apagó. 
y desperté aquí y así, y escribí esto para no olvidar nunca que, alguna vez, todo brilló y todo fue naranja.


(remite mar.11.2010)



04 abril, 2011

vivir lejos

Siempre fue un inconveniente. Mi cumpleaños era la única ocasión anual en la cual la gente se aventuraba hasta mi casa. Aunque previo a eso generalmente podía ser sometida a una encuesta, en la cual me han preguntado por mis gallinas, mis vacas, el chupacabras, el alcance de internet, el agua corriente y hasta los velocirraptors de la zona. Sí, gallinas. 
Niños de departamento que creen que fuera de la Capital Federal hay un mundo diferente e ignoto que presenta peligros inimaginables, tales como el malvado vendedor de velas, pollos mutantes, indios o el gaucho Martín Fierro. Pero no son los niños los que me sorprenden, sino sus padres. Lograr que los dejaran venir a mi cumpleaños era toda una odisea: llamados, visitas, mentiras, promesas, desacatos, negociaciones; un despelote. Y todo porque mi casa estaba del otro lado de la General Paz. ¡Ah, la General Paz! El muro de Berlín. La Gran Muralla. El portal a través del cual se penetra en otra dimensión regida por leyes distintas y con muchos menos habitantes por kilómetro cuadrado. 
El mito urbano clásico cuenta que en el conurbano no hay muchas luces ni muchos autos, pero sí muchos perros, muchos robos y mucho crack. Y, la verdad... no es taaan así. No voy a mentir: perros hay bastantes; más que autos, quizás. Pero la vida es tal cual la del resto de los mortales, sólo que con menos ruido a bondi, menos olor a caño de escape, almacenes que fían y algún que otro viejito tomando mate en la vereda. Y no resulta tan escalofriante así dibujado. Comprendo, igual, lo difícil que es desprenderse de un mito urbano. Yo he oído algunos nuevos últimamente, y por eso trato de andar menos por la Capital. Algo de Macri...
A esta altura del partido, igual, ya no es algo que me perturbe mucho, la distancia. La crisis ocurrió a eso de los 15, 16 años, cuando mis compañeritos se juntaban a hacer trabajos, tareas, a estudiar o a huevear; y yo en mi conurbano. Le tuve bronca, pobre, cuando él no tenía la culpa de nada. De hecho, me dio la mejor vida que podría pedir, y creo que es por eso que el contraste dolía tanto. A veces de mis amigos no me separaba más que una medianera, y de repente para ver a cualquiera de ellos tenía que recorrer toda una autopista. Para ir al colegio podía saltar la pared del fondo simplemente, o caminar los 90 metros que me separaban de la entrada, y, de repente, tenía que levantarme una hora y media antes de entrar y viajar media hora en coche. En comparación, la nueva no era vida sino sólo un martirio. Por suerte le empecé a tomar cariño a viajar en tren, porque desde ese momento la nueva vida fue distinta. Y aún hoy cada vez que me subo lo transformo en mi pequeña aventura diaria y los 40 minutos y 20 kilómetros a mi hogar se me pasan en un periquete.
Pero el tren es un capítulo aparte en mi vida, porque la persona (como moi) que vive en el conurbano, para ser feliz, debe crear un mundo paralelo dentro de su transporte (en mi caso, el vagón) y alterarlo a discreción, matizándolo como más le guste. 
En definitiva, vivir lejos fue siempre un problema porque indefectiblemente me mantenía alejada. El mundo globalizado de hoy, la máxima ciento treinta, el registro nacional único y el Sarmiento, cada uno cuando corresponde, me tienen bastante satisfecha y vinculada con la gente. Mientras tanto, entonces, disfruto de los perros, de la falta de ruido a bondi y de olor a caño de escape, de los almacenes que fían y de los viejitos tomando mate en la vereda. 
Es tan linda la distancia cuando quiere.

01 abril, 2011

la transformación

Los vínculos con la gente tienen un gran impacto en mí; cada nueva relación me cambia un poquito. Pongo de ejemplo a estos nuevos amigos que nos hicimos, porque son el recuerdo más fresco y tangible que tengo ahora. Gente particular, moviéndose en un mundo al que no pertenecíamos, comportándose de una manera que no nos era familiar. Y, sin embargo, acá nos tienen: hablando raro, frecuentando nuevos tugurios, perforándonos, mimetizándonos.
Pero no es algo negativo, que no se me malinterprete; no son ansias de "encajar" las que nos impulsan, ni mucho menos. Es versatilidad pura. Es casi inherente a mí (por lo menos a mí) conocer, observar y adoptar hábitos que solía no sentir propios pero que fueron los que me atrajeron en otras personas. Soy un gran cambalache de costumbres que fui recolectando a lo largo de mi vida; algunas ya están en desuso, otras en pleno auge. Y quizás eso soy yo: no tengo un estilo definido, ni una onda particular, ni un loquefuere. Pero como soy me relaciono, y como me relaciono me transformo. 
Solía creer que eso era algo bastante negativo, no tener un estilo o no "curtir una onda" tal; solía pensar que eso me llevaba a no encajar en ningún lado auténticamente. Bullshit. Mi autenticidad es mi versatilidad, y mi persona es tan maleable como fuerte sea el impacto que un nuevo vínculo provoque en mí. 
Y, la verdad, está fenómeno.